Hace dos años, el creador de videojuegos Neil Druckmann lograba lo que siempre había soñado: hacer de su bilogía ‘The last of us’ una serie de prestigio. Y una, además, reconocida por todo el mundo, de los espectadores y los fans del juego a los críticos televisivos, sin olvidarnos de los Emmy, en los que consiguió hasta ocho estatuillas. Se rompía así esa cierta maldición que impedía a los videojuegos convertirse en una película o serie respetable (o, mejor dicho, respetada universalmente: aquí un defensor de, por ejemplo, la adaptación al cine de ‘Silent Hill’ por Christophe Gans).